viernes, 25 de julio de 2008

los detalles, las estrellas fugáces de la vida...

Hoy salgo del trabajo con el cansancio más grande de mi vida y que ninguna otra persona tiene –así dicen todos-. Por alguna extraña razón he decidido ir a comer a un restaurante. Palpo con mi mente el recuerdo del plato que quisiera cenar. Lo he decidido, serán unas plumitas a la carbonara en mi restaurante favorito de comida italiana.

Me encamino acompañado hacia mi destino gastronómico, pero en realidad estoy solo, porque se que ésta noche, ésta comida es para mí. Llego al lugar, pasamos, tomamos asiento y leemos la carta –más que nada es una cuestión de protocolo porque ya se que mis plumitas a la carbonara están en camino-. Nos toman la orden y le hago la salvedad al gentilhombre mesonero que quisiera acompañar mi pasta con una suculenta focaccia, íntimo pretexto para hacer la “scarpetta” y disfrutar al máximo mí carbonara.

Cuando llegan los platos el olor de la exquisita preparación agua mi boca, mientras mis manos desesperan por tomar los cubiertos y atacar mi pasta. ¡Y la verdad es que está exquisita! Ya había pasado mucho tiempo desde que probaba una delicia de tal magnitud. Pero –y odio esta palabra- al levantar la mirada y ver el intento de focaccia que me han traído, mis ánimos recaen la experiencia ya deja de ser un sueño que se volvía realidad para pasar a disgusto.

¿Cuántas veces he ordenado una focaccia, esperando un suculento pan medianamente leudado, y he recibido una masa de pizza crocante con orégano y aceite? Muchas. Seguramente las personas creerán que lo importante de la historia que anteriormente relaté eran las plumitas a la carbonara, pero en realidad lo importante de todo esto es el hecho de brindarle a esa persona la experiencia que estaba soñando y por la cual fue a ese preciso restaurante y no a otro. Es cierto, las plumitas estaban exquisitas, pero la experiencia en general no fue tal. Y es esta la diferencia entre hacer algo, hacerlo bien y hacerlo excelentemente, los detalles.

Por supuesto que no serviría de nada quejarnos de algo sin dar una solución, es por eso que aquí les traigo una receta de la focaccia. Exquisita, rendidora y de muy bajo costo, ya no hay excusa para que no te la sirvan en tu restaurante favorito.

Todas las medidas de esta receta son aproximaciones ya que en realidad no conozco medidas exactas. He tratado de estandarizarla, pero el resultado no ha sido satisfactorio, por lo que siempre digo que es mejor observar la textura e improvisar su propia receta.

Ingredientes:
500g de harina (todo uso)
2 cucharadas de levadura
1 cucharadita de azúcar
1 papa mediana (cocida y hecha puré)
Sal
Aceite de oliva
2 tazas de agua tibia (recuerde que esta cantidad es variable, depende de la textura de la masa.)

Procedimiento:
-Se mezclan la levadura, el azúcar y parte del agua para activar la levadura y se tapa la mezcla con un paño.
-Se cierne la harina con la sal y se le agrega la papa. Mezcla todo muy bien.
-Cuando se le agrega la levadura cuando ya haya crecido un poco y se amasa, agregándole aceite y el resto del agua.
-Se amasa muy bien hasta lograr la textura que se observa en la fotografía.
-Se deja leudar por 45 min. aproximadamente.
-Se coloca la masa en un molde engrasado y enharinado y se lleva a un horno a 250ºc por 30 min. o hasta que la superficie esté bien dorada y la consistencia de la focaccia sea firme.

Vale acotar que la historia anteriormente contada no es cierta, aunque si está basada en hechos reales y en mi experiencia tanto como comensal como cocinero.

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